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jueves, 15 de marzo de 2007

La verdadera educación Sexual

LA VERDADERA EDUCACIÓN SEXUAL:
VENCER LA CORRUPCIÓN DEL EGOÍSMO DESDE LA JUVENTUD Y LA FAMILIA

Artículo de Mons. Jorge Luis Lona, obispo coadjutor de San Luis
Mayo de 2001


El gran enemigo de la patria tiene nombre y está en boca de todos los argentinos. Es la corrupción. Y esa corrupción nace siempre del egoísmo. El egoísmo del «primero yo y los demás que revienten», el egoísmo que justifica todas las deshonestidades, y también la gran estafa al pueblo. El egoísmo de la corrupción tomada como modelo de vida, en que el egoísta se enriquece y se empobrece la comunidad.
Para poder vencer a la corrupción, nunca hay que educar en el egoísmo. Hay que educar en la solidaridad y en el amor, que jamás separan el propio bien del bien de los demás.
Hoy se están tratando dos proyectos de ley que en su actual formulación, contribuirían poderosamente a educar en el egoísmo a todo nuestro pueblo, y en particular a su juventud. Aunque no sea ese el propósito de los legisladores, al optar por un concepto reduccionista y ambiguo de la salud sexual y por consiguiente de la educación sexual, harán posible esa consecuencia no deseada.
El concepto de salud sexual queda reducido a la prevención del embarazo y de las enfermedades sexualmente transmitidas, sin la más mínima referencia a que el sexo humano esté orientado a la formación de la familia humana.
La verdadera salud sexual es el sexo humano elevado a amor humano, capaz de unir a un varón y a una mujer de modo permanente y fiel, y así a ambos con sus hijos, en la solidaridad feliz de una familia matrimonial, fuente y refugio de la vida. De esa solidaridad profunda vienen todas las otras solidaridades sociales, y si se pierde la solidaridad del sexo hecho familia, el ser humano queda desamparado en la selva del egoísmo. En esa selva sufren hoy multitudes de niños, y también de mujeres abandonadas en la pobreza, a cargo de sus hijos. (Y la «solución» anticonceptiva -que no haya más niños ni más hijos- para que no sufran, es simplemente la desaparición de la vida. Tiene la falsa sencillez de las soluciones que ofrece la cultura de la muerte: aborto y anticoncepción; y para que tampoco sufran los viejos, eutanasia).
No es salud sexual, en la vida del joven, un sexo reducido exclusivamente a excitarse en busca de un placer instantáneo y fugaz, como si el sexo no fuera más que otro alcohol u otra droga, para acabar en la nada. La salud sexual no es usar al otro como objeto placentero. No es la «transacción», el intercambio provisorio de dos egoísmos. Eso no es salud sexual, ni sexo «responsable», aunque se estén usando preservativos y anticon-ceptivos.
La salud sexual de la juventud, del sexo juvenil, es poder enamorarse. Es el encuentro de dos personas, responsables y libres, capaces de admirarse y respetarse, de valorarse y así, de enamorarse. Capaces entonces de fundar una comunión de amor que construya la vida entera. Capaces de formar, y ser, una familia.
Sería un trágico error que llegáramos a enseñarle por ley a nuestros jóvenes el sexo egoísta, semilla mortal de la corrupción del egoísmo, bajo el engañoso nombre de «salud sexual». Esa fórmula falsa nos viene desde afuera, como un producto más del mercado cultural internacional.
Juan Pablo II ya lo había dicho con tremenda claridad en 1994, en una Carta a los Jefes de Estado de todo el mundo, cuando en las Naciones Unidas se formuló el proyecto en todo su alcance mundial: «Se trata de un proyecto en el que subyace una concepción de la sexualidad totalmente individualista, en que el matrimonio aparece como algo superado» y «deja la amarga impresión de pretender imponer un estilo de vida típico de algunos sectores de las sociedades desarrolladas, ricas materialmente y secularizadas». «La entrega desinteresada de sí, el control de los instintos, el sentido de la responsabilidad, son consideradas nociones pertenecientes a otra época».
En la Argentina, es el proyecto de los actuales poderes de la «globalización». Los mismos centros de poder que nos condicionan a «pagar desorbitados intereses para saldar la llamada deuda externa»1, nos condicionan también con «los disvalores que nos proponen desde afuera y conforman un marco cultural que atenta contra la vida y la dignidad humana y, en muchos casos, adquiere justificación legal.»2
El pueblo argentino no votó esos disvalores. Por eso, creemos que corresponde proceder a una revisión completa de los proyectos de ley de Salud Sexual y Procreación Responsable, y de Educación Sexual.
Para este último, pensamos que resultaría de gran interés tomar como ejemplo los Objetivos Fundamentales de la Educación General Básica de Chile, definidos en 1996. Como logros a alcanzar en materia de Educación Sexual, se propone:
* Comprender y apreciar la importancia que tienen las dimensiones afectivas y espirituales, y los principios y normas éticas y sociales para un sano y equilibrado desarrollo sexual personal.
*Apreciar la importancia social, afectiva y espiritual de la familia y de la institucionalidad matrimonial.
El ejemplo chileno nos ayuda a comprender que ninguna fatalidad política obliga a los países de Latinoamérica a renunciar a sus legítimos valores.
Aquellos proyectos de ley, además, tienen un sesgo antidemocrático. En el proyecto de Salud Sexual, sólo en los institutos educativos de gestión privada se concede el derecho a optar por una propuesta alternativa. ¿Por qué se niega esa opción en los colegios de gestión estatal? En estos últimos, se concede a los padres el derecho a oponerse a que sus hijos reciban Educación Sexual. Pero a ese derecho meramente negativo, debería reemplazarlo el derecho a optar por una propuesta superadora del reduccionismo que prima en ambos proyectos de Ley. No dudamos de que muchos padres preferirían eso, para el bien de sus hijos.

Mons. Jorge Luis Lona, Obispo coadjutor de San Luis
San Luis, mayo de 2001

Notas
(1) "Afrontar con grandeza la situación actual" Episcopado Argentino, 11-11-2000
(2) "La buena noticia de la vida humana y el valor de la sexualidad`, Idem,11-08-2000

Este documento fue publicado como suplemento
del Boletín Semanal AICA Nº 2319 del 30 de mayo de 2001

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